jueves, 28 de octubre de 2010

EL REVISIONISMO HISTÓRICO Y LA LIBERACIÓN NACIONAL


por José María Rosa

Para que un Estado con las apariencias exteriores de la soberanía (declaración formal de independencia, símbolos “nacionales”, autoridades “propias”, color distinto en los mapas) pueda ser calificado como colonia, necesita algo más que la dependencia económica o el sometimiento por la fuerza. Debe haber una mentalidad colonial en quienes lo gobiernan. De no existir esa mentalidad nos encontraríamos ante estados pequeños, débiles, subdesarrollados, ocupados militarmente etc., pero no ante colonias. Para que exista la relación imperialista entre un Estado dominante y otro dominado es necesario que éste último se encuentre sometido voluntariamente; que tenga, diríamos, una voluntad de colonia que se corresponda con la voluntad de imperio del dominante.
Ocurre esta voluntad de colonia por encontrarse pervertida la clásica noción del patriotismo: la patria de los coloniales no “la tierra de los muertos” de la conocida definición, ni el culto de las propias tradiciones, ni el orgullo de las modalidades vernáculas, ni la defensa – siquiera – de los intereses comunes a los habitantes del suelo. Nada de aquello que identifica al hombre con su comunidad. Por lo contrario: es opuesta a los caracteres y tradiciones del medio ambiente, y no tiene en cuenta a todos los hombres que lo habitan. Se expresa por generosas abstracciones: es la libertad, la civilización, la democracia; realizadas con prudentes limitaciones: “libertad” para pocos, “civilización” ajena, “democracia” sin pueblo.
Esas abstracciones y limitaciones se traducen en la realidad por el dominio exclusivo de un grupo social que persigue sus propias conveniencias. La patria de los coloniales es solamente su clase social envuelta con frases retóricas. Eso de reducir la patria a los intereses y dominio de una sola clase de la sociedad, lo había advertido Aristóteles hace veinticinco siglos al definir el tipo de gobierno que llamó oligarquía “minoría sin virtud política”.
La patria de los coloniales no solamente es compatible con el imperialismo de un Estado dominante que también encuentra en él su necesario complemento. El Imperio ajeno nunca es enemigo de una patria expresada en formas retóricas y sentida como los beneficios de un grupo social; el enemigo está en la misma tierra. Para que la oligarquía se imponga sobre ese pueblo necesita la ayuda, foránea y como su idea de patria es compatible y complementaría – espiritual y económicamente – con el imperialismo, éste es llamado por ella a cumplir la función patriótica de hacer de la comunidadad una colonia.
En cambio en el pueblo alienta, y alentará, pese a su derrota, empobrecimiento y rebaja social, un espíritu nacional. En ningún país colonial o semicolonial las masas populares tienen conciencia de clase (quien la tiene es la oligarquía) sino conciencia nacional.
Se constituye en focos tenaces de resistencia nacionalista contra la intromisión foránea y sus aliados nativos. Su mentalidad es de nación: el hombre de pueblo entiende por patria al conjunto que vive en el mismo suelo y está apegado a costumbres y tradiciones propias.
Oligarquía y pueblo entran en lucha en la Argentina al iniciarse la Revolución de Mayo. Son dos ideas de patria opuestas y que naturalmente se excluyen: la “patria” reducida a una clase social, y la “patria” como la comunidad entera; dos sistemas económicos que no pueden coexistir: la economía liberal que beneficia a los comerciantes y a quienes se encuentran vinculados con el extranjero, y la economía nacional que debe proteger su producción contra la competencia foránea; dos concepciones políticas irreconciliables: el liberalismo que otorga el dominio del Estado a la clase social privilegiada, y los caudillos, que en esa etapa son la única forma posible para el pueblo de conducirse y gobernar.
Al iniciarse la segunda mitad del siglo, la oligarquía se impone sobre el pueblo. Todo favorecía en el XIX a su triunfo: el auge del liberalismo doctrinario que hizo a los intelectuales sus más eficaces aliados, el desenvolvimiento del imperialismo que llegó a su apogeo, etc.
La oligarquía mantendrá su hegemonía por varias causas: la persecución y rebajamiento de las masas, su reemplazo por inmigrantes sin conciencia de formar un pueblo (y por lo tanto sin inquietudes políticas, ni conductores), pero sobre todo por la eficaz propaganda de su idea de “patria” en escuelas, universidades, periódicos, discursos parlamentarios, etc. Y la correspondiente persecución como “enemigos de la patria” a quienes expresaron una idea opuesta.
Se escribió y se enseñó, con fervor de patria (de patria colonial) una “historia” donde la presencia del pueblo quedó excluida o rebajada a montoneras, gauchos anarquistas, populacho; los conductores del pueblo denigrados como tiranos, al tiempo de presentarse como ejemplos próceres a los políticos o escritores que sirvieron al coloniaje; y los intereses materiales foráneos mostrados como los fundamentos mismos de la nacionalidad. Una “historia” que consistía en independizarse de España para dictar una constitución, y luchar cuarenta años contra los tiranos para lograrla. Más allá de Caseros y de Pavón no había más historia argentina. Como si todo el objeto de la patria se hubiese logrado.
Una galería de presidentes con las fechas de su ingreso y egreso llenaba más de cien años de la Argentina a partir de 1862. Y a la verdad que no podía haber historia, porque las colonias prósperas como las mujeres honestas, carecen de historia.
El amaño del pasado mantuvo en la oligarquía, y los intelectuales, la mentalidad colonial. Se lo hizo también para adormecer al pueblo, pero no dio el resultado apetecido. La historia oficial no entró nunca como culto en la masa popular, que intuyó el engaño, y de los próceres ofrecidos a su culto tomó solamente a los héroes militares.
Llega el siglo xx, que se ha definido como “el siglo de los pueblos”. El imperialismo se bate en retirada y el liberalismo no convence a muchos. Surgen en la Argentina nuevos movimientos populares (el irigoyenisrno de 1916 a 1932, el peronismo dc 1945 en adelante), que por ser populares son naturalmente nacionalistas. Se interrogó a la historia “oficial”, para saber por que no éramos dueños de nuestros destinos, y no se encontró respuesta.
De ese impulso – a la vez académico y político – surgió el revisionismo histórico.
El revisionismo ganó en poco tiempo a las capas populares, porque les venía a traer una verdad de siempre intuida por ellas. Pero no le fue fácil convencer a los “intelectuales”, no obstante el severo método de su investigación histórica. Pero no se trataba de una polémica académica sobre esta o aquella verdad, sino el esclarecimiento de la noción de patria, un asalto contra el gran baluarte del coloniaje que son los intelectuales (los semi-intelectuales, los que comprenden a medias) desde aquellos escritores vinculados con el extranjero a aquellos estudiantes que desprecian al pueblo, o lo aceptan retóricamente siempre que piense como ellos.
Tal vez no sea tan difícil la obra en esta hora del despertar de los pueblos. Porque llegará un momento en que los intelectuales, como grupo social, entiendan cuál es su misión, y piensan, escriban y actúen en función de su comunidad. Sin sentirse atados a extranjerismos ni divorciados de su comunidad.
Entonces se logrará la liberación nacional.

Capítulo primero de El Revisionismo Responde

lunes, 25 de octubre de 2010

Carta testamento


por Getulio Vargas

Una vez más, las fuerzas e intereses contra el pueblo, nuevamente coordinada y se provocan contra mí. No me acusan, insultan: no me combaten, calumnian y no me dan el derecho a la defensa. Necesitan ahogar mi voz e impedir mi acción, para que no siga defendiendo, como siempre he defendido al pueblo y especialmente a los humildes. Sigo el destino que se impone en mí.
Después de décadas de dominación y saqueo de los grupos económicos y financieros internacionales, me convertí en jefe de una revolución y gané. Empecé a trabajar por la liberación y a establecer el régimen de libertad social.
Tuve que renunciar. Volví al Gobierno en los brazos de la gente. La campaña subterránea de los grupos internacionales se han asociado con grupos nacionales rebelados contra el régimen de garantía de trabajo. La ley de beneficios extraordinarios se celebró en Congreso. Contra la justicia de la revisión del salario mínimo se desencadenan los odios.
Quise crear una libertad nacional en la mejora de nuestra riqueza a través de Petrobras, mal funcionando, la ola de agitación se acrecienta. La Eletrobrás fue obstaculizada hasta la desesperación. Ellos no quieren que el trabajador sea libre. Ellos no quieren que las personas sean independientes.
Tomé el Gobierno en la espiral inflacionaria, que destruya los valores del trabajo. Los beneficios de las empresas extranjeras alcanzaban hasta un 500% por año. En declaraciones de valores que fueron atendidos había fraudes de 100 millones de dólares al año. Llegó a la crisis del café, nuestro apreciado producto principal. Intentamos defender su precio y la respuesta fue una violenta presión sobre nuestra economía al punto que debimos ceder.
He luchado mes a mes, día a día, hora a hora, resistiendo la presión incesante constante en silencio, olvidándolo todo, renunciando a mí mismo, para defender al pueblo que ahora es impotente. Nada más puedo dar mi sangre. Si las aves de rapiña quieren la sangre de alguien, quieren seguir chupando la sangre al pueblo brasileño, ofrezco mi vida en holocausto. Elijo esta manera de estar con ustedes siempre.
Al humilde, sentirá que mi alma sufre a tu lado. Cuándo golpee el hambre a su puerta, se siente en su corazón la energía para luchar por usted y sus hijos. Cuando lo difamen, usted sentirá en mi mente la fuerza para la reacción. Mi sacrificio los mantendrá juntos, y mi nombre será su bandera lucha. Cada gota de mi sangre será una llama inmortal en su conciencia y será sagrado para la resistencia. Al odio respondo con el perdón. Y aquellos que piensan que me han derrotado respondo con mi victoria. Era esclavo del pueblo y hoy me dio la libertad para la vida eterna.
Pero ese pueblo de que fui un esclavo ya no será un esclavo de nadie. Mi sacrificio quedará para siempre en su alma y mi sangre tendrá el precio de mi rescate. Luché contra la expoliación de Brasil. Luché contra la desposesión del pueblo. He luchado de corazón. El odio, la calumnia, la difamación no me golpea. He dado mi vida. Ahora le ofrezco mi muerte. No temas nada. Serenamente doy el primer paso en el camino a la eternidad y de la vida paso a la historia.

jueves, 21 de octubre de 2010

Ariel (6)

por José Enrique Rodó

La concepción utilitaria, como idea del destino humano, y la igualdad en lo mediocre, como norma de la proporción social, componen, íntimamente relacionadas, la fórmula de lo que ha solido llamarse, en Europa, el espíritu de americanismo . Es imposible meditar sobre ambas inspiraciones de la conducta y la sociabilidad, y compararlas con las que le son opuestas sin que la asociación traiga, con insistencia, a la mente, la imagen de esa democracia formidable y fecunda, que, allá en el norte, ostenta las manifestaciones de su prosperidad y su poder como una deslumbradora prueba que abona en favor de la eficacia de sus instituciones y de la dirección de sus ideas. Si ha podido decirse del utilitarismo que es el verbo del espíritu inglés, los Estados Unidos pueden ser considerados la encarnación del verbo utilitario. Y el Evangelio de este verbo se difunde por todas partes a favor de los milagros materiales del triunfo. Hispano-América ya no es enteramente calificable, con relación a él, de tierra de gentiles. La poderosa federación va realizando entre nosotros una suerte de conquista moral. La admiración por su grandeza y por su fuerza es un sentimiento que avanza a grandes pasos en el espíritu de nuestros hombres dirigentes y, aún más quizá en el de las muchedumbres, fascinables por la impresión de la victoria. Y, de admirarla, se pasa, por una transición facilísima, a imitarla. La admiración y la creencia son ya modos pasivos de imitación para el psicólogo. La tendencia imitativa de nuestra naturaleza moral — decía Bagehot — tiene su asiento en aquella parte del alma en que reside la credibilidad». El sentido y la experiencia vulgares serían suficientes para establecer por sí solos esa sencilla relación. Se imita a aquel en cuya superioridad o cuyo prestigio se cree. Es así como la visión de una América deslatinizada por propia voluntad, sin la extorsión de la conquista, y regenerada luego a imagen y semejanza del arquetipo del Norte, flota ya sobre los sueños de muchos sinceros interesados por nuestro porvenir, inspire la fruición con que ellos formulan a cada paso los más sugestivos paralelos, y se manifiesta por constantes propósitos de innovación y de reforma. Tenemos nuestra nordomanía. Es necesario oponerle los límites que la razón y el sentimiento señalan de consuno.

lunes, 18 de octubre de 2010

Bolivarismo y marxismo


por Jorge A. Ramos

La aparición del proletariado en la América latina del siglo xx ha planteado desde nuevas bases la tarea de su revolución inconclusa. La nación latinoamericana, que hacia 1910 sólo vivía como un eco intelectual de las viejas batallas, comienza a ser una realidad en la Cuba socialista de medio siglo más tarde. En esta penosa y heroica marcha, el plan bolivariano sólo podrá desenvolverse bajo las banderas del socialismo. Ese socialismo posee ya una inflexión propia, una especificidad latinoamericana.
Pero si el pensamiento crítico de Marx puede arrojar una luz penetrante sobre la realidad de América latina, será a condición de que la conciba como un todo> en otras palabras, se impone reunir a Marx con Bolívar. Después de la pérdida del poder bolivariano América latina fue considerada como "un pueblo sin historia". Las instituciones, regímenes económicos y sistemas políticos que le impuso el imperialismo traían el sello simiesco de los productos que Europa destinaba al mundo excéntrico.
Las ideas marxistas no escaparon a esta degradación sufrida por tod05 los valores de la exquisita Europa al llegar a nuestras tierras. Al principio, los propios grandes jefes de la Rusia revolucionaria evidenciaban un desconocimiento completo del Nuevo Mund0. Luego, con el triunfo del stalinismo, fue exportado un artículo híbrido llamado marxismo leninismo, parido por los obtusos burócratas. El descrédito intelectual de semejante ersatz ya no requiere demostración. En cuanto a sus consecuencias prácticas, este libro ha hecho un recuento de esa edad rocambolesca.
Bastará recordar que en cada oportunidad en que el staíinismo divisaba una revolución nacional en el horizonte, se incorporaba rápidamente al bloque de las fuerzas oligárquicas que la enfrentaban. Esto ocurrió en Brasil, en Argentina, en Cuba, en toda América latina. Sólo advertían que una revolución vivía cuando ésta había triunfado; si no habían logrado impedir su victoria, se plegaban a ella para estrangularía desde el poder. Tal es la crónica del stalinismo en Cuba, con su oscura legión de Escalantes y escaladores. Cuando la revolución estaba bajo la dirección nacionalista, como en el caso de Perón, el stalinismo se unía estrechamente, antes, durante y después de su gobierno, con las fuerzas más negras de la reacción.
La propia expresión del marxismo leninismo reflejaba en la esfera semántica el sello de una política ajena. Pues toda la grandeza de Lenin como político habla residido justamente en su admirable aptitud para interpretar a su país tal como era; por el contrario, la "rusificación" de la Internacional comunista después de su muerte invirtió el método leninista. Una caricatura trágica de ese método transformó fórmulas que habían resultado óptimas para la lucha política en el imperio zarista en la clave de todas las derrotas del último medio siglo.
Por esa tazón, y no por puras consideraciones terminológicas, la adopción de un "marxismo bolivariano" compendiará mejor la naturaleza peculiar del proceso revolucionario en América latina. Este proceso deberá combinar todas las formas de la lucha. La actividad política no podrá sustituirse a la lucha armada, ni ésta a aquélla, ni la lucha legal a la ilegal, ni viceversa, pues todas ellas forman parte de un proceso único integrado por tácticas modifica-bies y remplazadles. La importancia de cada una de ellas está condicionada por la relación de las fuerzas en presencia y por las particularidades de cada región latinoamericana. Ninguna de esas tácticas puede ser elevada a principio conductor; pero un hecho está confiada por toda la experiencia histórica: no hay canino pacifico para la revolución. Ni siquiera para obtener el voto universal y secreto, reivindicación de la democracia burguesa en la Argentina, el viejo caudillo radical Hipólito encontró otro recurso que las revoluciones armadas. Sólo así obtuvo para el pueblo argentino el derecho a votar, derecho que la oligarquía, con el apoyo del Ejército, le arrebató desde 1955.
En consecuencia, la acción sindical, tanto como la guerrilla, la lucha parlamentaria, la insurrección armada o la propaganda ideológica, son fases de una misma estrategia cuyo corolario no puede ser otro que la formación de los Estados Unidos socialistas de América latina. En aquellos Estados donde las relaciones capita listas de producción han alcanzado mayor desenvolvimiento, como la Argentina, Chile, México o Brasil, las posibilidades de la lucha política parecen dominar este período y la consigna de "lucha armada" resultará inadecuada. Pero la relación entre esa consigna, la conciencia de las masas populares y el partido revolucionario deben ser muy estrechas. La disolución de esos tres factores por la decisión de un puñado de combatientes aislados conduce directa-mente al blanquismo, y muy probablemente a la derrota.
América latina no carece de mártires, sino de políticos revolucionarios y de revoluciones triunfantes. Es cierto que la lucha revolucionaria exige su tributo de martirio, pero el martirio por sí mismo no prueba la verdad del camino elegido. Este debe ser demostrado por otros hechos. El más importante de ellos es el con<> cimiento escrupuloso de la realidad económica y social de América latina.
En una de sus habituales y vigorosas expresiones, Fidel Castro aludía recientemente a las "recetas" que el stalinismo latinoamericano extrae de su archivo desde hace cuarenta años para aplicar administrativamente a los múltiples aspectos de una realidad tan rica y compleja como la de América latina. Indios caribes, prole-tirios de la siderurgia, peones de estancia, campesinos sin tierra, chacareros ricos, quechuas de milenarias comunidades estáticas, estudiantes politizados, oligarquías extranjerizantes, burguesías nacionales frágiles y cobardes, militares de encontradas tendencias y desniveles históricos profundos -he aquí un cuadro que se resiste a una fórmula simple-. Ahí debe encontrarse la razón para latinoamericanizar el marxismo y marxistizar a América latina.
Es preciso asumir plenamente nuestro glorioso pasado de lucha. Es necesario redescubrir a nuestros héroes propios y elaborar desde aquí una perspectiva revolucionaria para los 250 millones de latinoamericanos. La tarea dista de ser sencilla. El carácter combinado de nuestra realidad social determina las formas mixtas, nacionales y socialistas de nuestro programa. Del mismo modo, los elementos "asiáticos" del pensamiento de Lenin se contraponían a los elementos "europeos" de ese pensamiento. Pero ambos reflejaban la realidad de una contradicción dinámica: pues Rusia era, a la vez, bárbara y civilizada, semicolonia e imperio opresor, Asia y Europa. Por eso la dialéctica siempre viva de la política leninista mostraba cierta ambigüedad que repelía a los socialdemócratas de una Europa estable y lineal. En Lenin convivían los elementos "democráticos" y "socialistas" que a su vez coexistían en la sociedad rusa multinacional: el mujik primitivo, el obrero industrial y el ciudadano de las naciones alógenas oprimidas por los grandes rusos.
También las ilusiones de Lenin sobre la capacidad revolucionaria de la clase obrera europea se combinaban con su perspicacia para comprender el sentido profundo de la tempestad que se gestaba en Oriente. Pero si para hacer de la Rusia bizantina una nación normal era preciso destruir su imperio y dar a las nacionalidades que lo integraban el derecho a separarse, para hacer de América latina una "nación normal", la fórmula es inversa: es preciso unir sus Estados. Tanto como para Rusia, en América latina la resolución de las tareas democráticas y nacionales sólo pueden lograrse por medio del socialismo. La burguesía nacional es incapaz de lograr el dominio político en el interior de cada Estado balcanizado; con mayor razón, ni sueña con la unidad de todos ellos. Precisamente por esa causa la tarea de Bolívar pasa a los discípulos de Marx. Éstos no podrán realizarla, sin embargo, sin la tradición de Bolívar ni volviendo las espaldas a los movimientos nacionales.
Y bien, para comprenderlo era preciso remontar el confuso río de la historia latinoamericana, a fin de revelar la unidad profunda de su corriente y tocar con la inteligencia su sólido lecho. Esa historia había comenzado en España y continuado en América. Quisimos narrar los momentos capitales de ese pasado donde los criollos emplearon las armas para ingresar a la historia universal como una nación independiente y unida. En ese periodo las grandes naciones europeas creaban su Estado nacional y nosotros lo perdíamos. Marx no comprendía a Bolívar, pero el Inca Yupanqui le inspiraba su juicio sobre la cuestión nacional.
Un siglo después de la publicación de El capital, para los latinoamericanos Bolívar y Marx ya no podrán ser separados por fuerza alguna. Exponer las razones de tan curiosa fusión fue el propósito de esta historia de la nación latinoamericana. Aunque el libro termina aquí, esa historia continúa. De donde este fin es sólo un comienzo.

lunes, 4 de octubre de 2010

“Hay dos bandos: el imperialismo y los pueblos que luchan por su liberación”


por Juan Domingo Perón

Mensaje grabado del general Perón al V Congreso del PSIN en 1970

Señores congresistas:

En el año 1970 se ha cumplido un cuarto de siglo de la revolución justicialista. Veinticinco años de lucha por la liberación nacional y por la soberanía del pueblo argentino. El Movimiento Nacional Justicialista, empeñado hoy como siempre en una Argentina Justa, Libre y Soberana, hace llegar por mi intermedio un saludo fraternal a todos los asistentes al V Congreso del Partido Socialista de la Izquierda Nacional.
Dice más adelante el general Perón: “No sé si habremos elegido el mejor camino. Pero la Historia que hemos vivido ha dejado enarboladas nuestras banderas de la Justicia Social, de la Independencia Económica y de la Soberanía Política, que ya difícilmente podrán ser arriadas en el corazón del pueblo argentino”.
“Diez años de gobierno y quince de proscripción han dejado tras nosotros las muestras más elocuentes de lo que ha sido y es el Movimiento Justicialista, ideológicamente y doctrinariamente considerado. Muchos de los que están aquí han vivido estos tiempos, o parte de ellos. Estaría de más que yo me extendiera en esas consideraciones, pero no ha de estarlo si intento acercar parte de la inmensa experiencia recogida”.
Se extiende, a continuación, en consideraciones acerca de la situación en que se encontraba el país en 1945: “La reacción ha sostenido que la prosperidad y la felicidad de los diez años justicialistas se han debido a una etapa propicia de la posguerra. Ninguna falacia es mayor que ésta. Nosotros en 1946 recibimos un país en casi las mismas condiciones en que hoy se encuentra: dominado y explotado por el poder imperialista, con una deuda externa semejante a la de hoy, sin reservas financieras, con servicios financieros en divisas para pagar a las metrópolis de más de mil millones de dólares anuales y una balanza de pago permanentemente negativa como consecuencia de no haber el menor control de la exportación. Todo ello era lo que debía pagar el pueblo argentino para poder seguir siendo la misma factoría del imperialismo que hoy ha vuelto a ser.”
Agrega más adelante el general Perón: “Lanzado el Primer Plan Quinquenal desaparecieron los 800.000 desocupados que había y los salarios subieron hasta topes superiores al costo de vida. El poder adquisitivo de la masa popular tonificó al comercio por el aumento del consumo. Esto reactivó a la industria y a la producción. Así pasamos de una economía de miseria a una economía de abundancia, en la que el 60% de lo producido correspondía a los trabajadores argentinos y el 40% a las empresas que, mediante un mayor volumen de ventas, ganaban mucho más que antes. Todo eso fue posible hacer con sólo liberar el país e impedir la explotación capitalista. Si el pueblo argentino gozó de diez años de felicidad y dignidad no fue porque la situación nos ayudaba, sino porque nosotros ayudamos a esa situación, resolviendo los problemas que mantenían al país sumergido como consecuencia del estado colonial y su desorganización, mantenida, precisamente, para ser posible el saqueo de nuestra riqueza y la explotación de nuestro trabajo”.
Continúa diciendo: “De esto se infiere la mayor experiencia en la tarea de la liberación. Un país puede liberarse dentro de su frontera, como lo hicimos nosotros durante 10 años. Pero lo que no puede hacer es consolidar esa liberación aisladamente. De ello surge la necesidad de una integración continental de todos los países que ansían liberarse, como está sucediendo en Europa, Asia, África, etc. Ya en 1949 dije con motivo del Tratado de complementación económica, que tenía como finalidad construir una comunidad económica latinoamericana, con fines de integración continental, que el año 2000 nos encontrará unidos o dominados”.
“Pero han pasado los años y hoy vemos auspiciosamente surgir revoluciones libertadoras en varios países hermanos del continente. Cuba, Chile, Perú, Bolivia, etc. son dignos espejos en los que han de mirarse muchos otros latinoamericanos que luchan por la liberación. Ahora es preciso que, sin pérdida de tiempo, se unan férreamente para conformar una integración que nos lleve de una buena vez a constituir la Patria Grande que la historia está demandando desde hace casi dos siglos y por la que debemos luchar todos los que anhelamos que nuestros países dejen de ser factorías del imperialismo y tomen, de una vez, el camino de grandeza que nos corresponde por derecho propio”.
Respecto a la actual situación argentina dijo el general Perón: “Hasta 1966 el problema argentino era la amenaza del desastre que pesaba sobre el país. Desde 1966 el problema argentino es la dictadura militar que lo azota. En consecuencia, nuestra misión ha pasado a ser la lucha contra esa dictadura, por la liberación de la patria y por la soberanía del pueblo argentino”. Agrega más adelante: “El mundo actual se divide en dos bandos: los que sirven al imperialismo y los que lo combaten por la liberación de sus pueblos. Nosotros siempre hemos estado entre estos últimos, desde hace un cuarto de siglo y no vamos ahora a cambiar. Nosotros pensamos desde hace mucho en una Patria Latinoamericana unida y solidaria, pensando y trabajando por una grandeza que no se nos puede escapar si sabemos forjarla y defenderla. En nombre de ese sentimiento es que hago llegar a los hermanos latinoamericanos que asisten al V Congreso del Partido Socialista de la Izquierda Nacional nuestra bienvenida y nuestro saludo más afectuoso y solidario”.
Concluye el mensaje diciendo: “El avasallamiento de la independencia, de la libertad y de los derechos es asunto de todos los que están dispuestos a luchar por ellos contra los poderes foráneos del neocolonialismo y contra la reacción vernácula al servicio de la explotación del hombre y de la comunidad. Una juventud y una clase obrera que no entiendan esto merecen la esclavitud”.
“Hago votos por el éxito de vuestro V Congreso que será parte de un acervo que es indispensable asimilar en los días de incertidumbre y de zozobra en espera de una decisión que no puede tardar en llegar”.